martes, 29 de marzo de 2011

La antigua puerta de madera daba a un patio oscuro donde cada noche creábamos un mundo aparte a las vidas que pasaban por detrás de las rejas y miraban con sorpresa lo que allí dentro ocurría; como si fuera un espejismo de momentos deseados, ajenos a días laborables, preocupaciones y prisas.
Dentro de esas cuatro paredes el tiempo no corría como era habitual en él, no existían manecillas ni minuteros que pudieran marcar esos instantes tan deseados .Los minutos eran fugaces y se mezclaban entre besos, confidencias y deseos que esperaban cruzar el umbral para verse realizados.
En ese lugar creábamos nuestra realidad. Las cuatro paredes desconchadas eran un reducto de dos, no cabía nada más, ni el trabajo, ni las clases, ni los miedos, ni el hambre. Todo quedaba fuera del cristal, como una imagen borrosa y empañada que, tan solo, nos acechaba cuando alguna vecina entrometida decidía volver a su casa o un cercano ruido de pasos se colaba por las rejillas de los ventanales y contaminaba nuestro peculiar ecosistema.
Después de estas intromisiones (cuando nos dábamos cuenta de que el otro mundo llamaba al timbre, de que los autobuses no esperaban y que quedaba un largo camino a casa) decidíamos abrir la puerta a la gris realidad del día a día y las tareas pendientes. Un abrazo, otro beso y volvíamos cada uno a su mundo;Yo, papeles garabateados y arrugados en los bolsillos, tomaba la calle; Tú, alegría y fuerza, subías las escaleras a toda prisa.
Hasta mañana, posiblemente a la misma hora.

domingo, 6 de marzo de 2011

La otra noche,no fue una noche como tal, revolcándome en la nostalgia me descubrí revisando viejos vídeos en los que se fumaba y se charlaba a la vez, en los que las conversaciones eran profundas e interminables y la banalidad brillaba por su ausencia.

El humo se mezclaba con las palabras, haciendo una conjunción casi mística de ambos, ofreciéndome una extraña sensación de desamparo.Al terminar, me asomé a la ventana para intentar capturar, con mi trampa humeante, alguna palabra alentadora, algún razonamiento que vagara perdido por el bullicioso aire de la calle. Esperaba cazar alguna reflexión perdida, ansiosa de ser acogida por el humo de un cigarrillo mal preparado. La calle ofrecía un espectáculo dantesco, las personas que deambulaban por las aceras presumían de una felicidad trivial, enfrascada en vasos de plástico y sonrisas tediosas que reflejaban la tremenda sinrazón que nos envuelve.

Fue entonces cuando la vi, pasó a mi lado y se quedó jugueteando con la lumbre que sostenía mi mano, se mezcló con el humo y se adentró en mi interior a la vez que aspire tan ansiada bocanada. Todo empezó a encajar y me di cuenta de que el tiempo de las charlas y de las palabras llenas había pasado, se había desvanecido con el humo del tiempo y del progreso, si así se le puede llamar.

El humo y los valores poco a poco han ido evaporándose de nuestras vidas, dando lugar a un aire tan limpio como corrupto, purificado de manera estéril para cuidarse de cánceres diagnosticados en forma de pensamientos, que puedan embrutecer el horizonte del conformismo y de la uniformidad, en el que brilla un sol repleto de míseros lujos, palabrería vacía y ataques de poder.

Al terminar mi cigarro, al desaparecer el humo, he vuelto al frío de mi cuarto, a la soledad de creer haber visto algo tan difícil de encontrar en la actualidad, hambriento de nubes cargadas de juicio que me abriguen de esta sensación de vacío.