martes, 17 de mayo de 2011

Camino de vuelta a mi barrio por las aceras de estas calles evocadoras. Con cada paso voy recomponiendo cada uno de nuestros momentos, reflejados en el agua fresca de sus charcos.

Cada día desvío mi trayectoria para comprobar los lugares donde forjamos nuestra historia, todos siguen esencialmente igual, como las sensaciones que despierta mi teléfono móvil al recibir cualquiera de tus llamadas.

Tu voz, convertida en retales de antiguas canciones, me acompaña al adentrarme en el bulevar que atraviesa el hueco de tu espalda; mientras en cada esquina se reunen motivos y recuerdos, que hacen que esta ciudad se convierta en el escenario de cada uno de nuestros encuentros.

A través de los cristales de un bar veo los asientos de madera que guardan mi nudo en la garganta y el secreto de un primer beso; mientras que en la cola de un concierto se plantean los nervios que, más tarde, se calmarán al abrigo de un coche, en su asiento trasero.

Al cruzar el puente observo las macetas llenas de roces y miradas, y compruebo que estos lugares nos han hecho a ellos, o bien que nosotros hemos hecho nuestros estos rincones a fuerza de risas y vueltas a casa.

Sin lugar a dudas, cada instante se ha ido conviertiendo en el graffiti imborrable de los muros de nuestras calles, hecho de la pintura más pura e indeleble que pueda existir, aquella que tanto habíamos tardado en encontrar.