martes, 29 de marzo de 2011

La antigua puerta de madera daba a un patio oscuro donde cada noche creábamos un mundo aparte a las vidas que pasaban por detrás de las rejas y miraban con sorpresa lo que allí dentro ocurría; como si fuera un espejismo de momentos deseados, ajenos a días laborables, preocupaciones y prisas.
Dentro de esas cuatro paredes el tiempo no corría como era habitual en él, no existían manecillas ni minuteros que pudieran marcar esos instantes tan deseados .Los minutos eran fugaces y se mezclaban entre besos, confidencias y deseos que esperaban cruzar el umbral para verse realizados.
En ese lugar creábamos nuestra realidad. Las cuatro paredes desconchadas eran un reducto de dos, no cabía nada más, ni el trabajo, ni las clases, ni los miedos, ni el hambre. Todo quedaba fuera del cristal, como una imagen borrosa y empañada que, tan solo, nos acechaba cuando alguna vecina entrometida decidía volver a su casa o un cercano ruido de pasos se colaba por las rejillas de los ventanales y contaminaba nuestro peculiar ecosistema.
Después de estas intromisiones (cuando nos dábamos cuenta de que el otro mundo llamaba al timbre, de que los autobuses no esperaban y que quedaba un largo camino a casa) decidíamos abrir la puerta a la gris realidad del día a día y las tareas pendientes. Un abrazo, otro beso y volvíamos cada uno a su mundo;Yo, papeles garabateados y arrugados en los bolsillos, tomaba la calle; Tú, alegría y fuerza, subías las escaleras a toda prisa.
Hasta mañana, posiblemente a la misma hora.

2 comentarios:

  1. "Yo, papeles garabateados y arrugados en los bolsillos, tomaba la calle"... Me relaciono mucho con esa oración...

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