Cuando ya no queda nada,
solo las partículas de polvo
muestran la levedad
que sigue a la ausencia.
Ya no hay contornos,
solo figuras borrosas
y un espacio confuso
que ataca los límites.
Destellos y manchas violetas,
como golpes en la retina,
revelan la naturaleza
oculta de los cuerpos.
Los susurros de la memoria
se convierten en el único eje
al que aferrarse,
cuando se disuelve el espejismo
y ya no queda nada.