lunes, 31 de mayo de 2010

Paseos anónimos




Después de cierto tiempo, hoy he sentido de nuevo la necesidad de salir a pasear mis preocupaciones por las calles de mi ciudad a ritmo de lentos pasos que no me han llevado a un destino concreto, tan solo al reencuentro de mi aliado en calurosas tardes sin rumbo, el anonimato.
He estado deambulado durante horas con algunas canciones en mi mente, intentando poner en orden ciertos asuntos que me han llevado a buscar un poco de esparcimiento fuera de las claustrofóbicas paredes que delimitan mi habitación. Utilizo los paseos como terapia al protagonismo propio, ya que consigo relacionarme sin establecer contacto con los más diversos tipos de gente que llenan las calles en hora punta como el escuálido y despreocupado malabarista que se esfuerza por llamar la atención de tres señoras entradas en años y maquillaje que sin ningún tapujo hablan del diseño que han escogido para sus respectivas lápidas, dando sugerencias la una a la otra sobre si quedaba mejor una cruz o una Virgen de los Desamparados. O bien la solidaria y atractiva chica entregada a captar a algún futuro cooperante, interesado más por su físico que por la causa, obteniendo la negativa al indicarle que debe abonar una cuota de 30 euros al mes para mantener alguna escuela en el tercer mundo o en un barrio de la periferia ; mientras tanto por la otra parte de la acera pasa ,intentando evitar a la chica, el prototipo de hombre o robot que termina su jornada laboral, con alguna angustia más que cuando se había levantado, aflojándose el nudo de una corbata que ejerce de soga durante nueve horas diarias de ordenador y papeleo que colman como gotas de agua el vaso de su paciencia llevándole a replantear su vida durante al menos siete minutos al día.
Después de un largo rato de camino decido descansar unos minutos y fumar un cigarrillo para asimilar todas las escenas que he ido encontrando a lo largo de la tarde, me he sentado un banco situado frente a un bar chino con una terraza repleta de gente ahogando el día en botellines de coca-cola y cervezas, no llevaba más de cinco minutos saboreando mi humeante alivio para la digestión cuando un tipo con muy malas pulgas y peor aspecto ha venido a espantar mi anonimato para pedirme un pitillo, pero no se ha conformado y ha terminado exigiendo cordialmente mi cartera, de modo que me he negado amablemente y le he dejado en el banco mientras que de manera muy efusiva se iba acordando de todos los miembros de mi familia.
Al volver a casa, he dejado a mi "yo" anónimo en el banco, junto a mi nuevo amigo y he recuperado mi identidad nada más cruzar el umbral de la puerta de entrada convirtiéndome de nuevo en el personaje principal, recordando los momentos en que tan solo podía prestar atención a los desconocidos que buscaban el papel de protagonista en mi propio relato.

1 comentario:

  1. Esa ultima parte me ha llegado full...jajaja... miles de veces he sentido que tengo un "yo" anónimo....
    Muy bueno!!!
    Besos

    ResponderEliminar